July 23, 2015
Un domingo, en medio de los preparativos para la catequesis, unos padres de familia se acercaron y compartieron conmigo lo difícil que era llevar a sus hijos a la catequesis. Preguntaron: "¿Cómo podemos animarlos?".
Por ser catequista y educador estoy atento a los detalles. En una de mis observaciones me di cuenta que frecuentemente los niños vestían atuendos deportivos de Chivas, las Águilas, los CUBS, los Blackhawks, etc. En uno de los retiros que tuve con los padres abordé este tema y les pregunté: ¿Cómo desarrollan los niños afinidad por los equipos deportivos? Unánimemente los padres respondieron: "Nosotros somos los que sembramos el ardor deportivo en nuestros hijos". Insistí, ¿cómo consiguen que se inclinen por sus equipos favoritos? Ellos añadieron, "cuando nuestro equipo juega, todos nos reunimos, hacemos una convivencia y alentamos a nuestro equipo sin importar si van perdiendo o ganando". Yo exclamé: ¡BOOM! y todos quedaron atónitos y en sus rostros se leía una pregunta: ¿Qué dijimos? Yo les dije, ESO, ustedes tienen la respuesta y saben exactamente como motivarlos no solamente para que asistan a la catequesis; sino, para que también desarrollen el ardor por el sacramento para el cual se preparan. Continué y les pregunté: ¿con qué frecuencia ustedes rezan, leen la Biblia, hablan de Dios o asisten a misa? Muchos respondieron: "Gracias por hacer que la asistencia a misa sea obligatoria porque de otro modo, casi nunca asistiríamos". Yo afirmé, así es. ¿Cómo podemos pedir a los niños que participen en eventos y ritos que no son parte de nuestras vidas? Está psicológicamente comprobado que exigir a un niño que sea parte de una rutina de la cual los padres no participan podría resultar contraproducente y hasta traumatizante. Muchos se rebelan y se meten en conflictos inacabables con sus padres. Esto era y continúa siendo una realidad en nuestras comunidades y programas de catequesis.
San Juan Pablo II, en su Carta a las Familias, afirma: "Los padres son los primeros y principales educadores de sus propios hijos, y en este campo tienen incluso una competencia fundamental: son educadores por ser padres. Comparten su misión educativa con otras personas e instituciones, como la Iglesia y el Estado". En este espíritu, el sentido fundamental del matrimonio es el de ser fértil y recibir con algarabía la vida nueva. Los principios y valores de la vida que los padres comparten el uno con el otro y transmiten a sus hijos dan forma al futuro. No podemos esperar un futuro fructífero si no hemos sembrado nada bueno en el presente. Los campesinos tienen bien clara esta visión, ellos no esperan cosechar donde no han sembrado. Si compartimos con nuestros hijos con ardor la belleza, riqueza y profundidad de la Eucaristía, dentro de nuestra iglesia doméstica, nuestros hijos también desarrollarán un acercamiento y sentido a los principios y valores de la Iglesia.
Héctor Obregón-Luna vive en el estado de Illinois y se ha desempeñado como educador religioso y en la pastoral juvenil por muchos años.
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